En la actualidad el proceso de enseñanza aprendizaje de las lenguas extranjeras debe ser concebido como un proceso dinámico e inclusivo, donde el desarrollo de las habilidades de aprendizaje se vea estimulado, no solo con la ayuda de métodos tradicionales, sino también a través del uso de nuevas tecnologías que beneficien el proceso.
En un mundo que está en continuo cambio, donde las fronteras cada vez son menos, vemos la necesidad de interactuar con personas de culturas y comunidades distintas a las nuestras. Esto nos lleva a tener que ser tolerantes, convivir con puntos de vista opuestos y, de una u otra manera, a tener empatía con otras culturas. En el proceso enseñanza–aprendizaje de una lengua extranjera, la inclusión debe ocupar un lugar importante, porque enriquece las identidades culturales dentro del aula y de esa manera reduce un posible choque cultural.
Es primordial el rol del profesor y del estudiante, ya que ambos deben ser conscientes de que, en todo proceso de enseñanza-aprendizaje, existen fases y periodos de retroalimentación que ayudan a pautar el lugar de inicio, el camino que hay que recorrer, los posibles cambios para mejorar y la meta final. El profesor como tal debe ser capaz de planificar su curso, teniendo en cuenta las necesidades del alumno, las diferentes competencias (comunicativa, lingüística, sociocultural, intercultural, etc.) que debe desarrollar. Además, debe de identificar los diversos estilos de aprendizaje que puede tener entre sus estudiantes, proporcionar las herramientas necesarias para que el aprendiz alcance una comunicación real y efectiva que lo lleve a la reflexión.
Para el estudiante, lo ideal es tener una buena disposición, mente abierta para enfrentarse a aspectos culturales y lingüísticos, que se pueden contrastar con los propios; también es importante hacer uso de estrategias de aprendizaje que fomenten el desarrollo de estas de manera más eficaz, y tener una postura participativa en su propio proceso de aprendizaje.
En un mundo que está en continuo cambio, donde las fronteras cada vez son menos, vemos la necesidad de interactuar con personas de culturas y comunidades distintas a las nuestras. Esto nos lleva a tener que ser tolerantes, convivir con puntos de vista opuestos y, de una u otra manera, a tener empatía con otras culturas. En el proceso enseñanza–aprendizaje de una lengua extranjera, la inclusión debe ocupar un lugar importante, porque enriquece las identidades culturales dentro del aula y de esa manera reduce un posible choque cultural.
Es primordial el rol del profesor y del estudiante, ya que ambos deben ser conscientes de que, en todo proceso de enseñanza-aprendizaje, existen fases y periodos de retroalimentación que ayudan a pautar el lugar de inicio, el camino que hay que recorrer, los posibles cambios para mejorar y la meta final. El profesor como tal debe ser capaz de planificar su curso, teniendo en cuenta las necesidades del alumno, las diferentes competencias (comunicativa, lingüística, sociocultural, intercultural, etc.) que debe desarrollar. Además, debe de identificar los diversos estilos de aprendizaje que puede tener entre sus estudiantes, proporcionar las herramientas necesarias para que el aprendiz alcance una comunicación real y efectiva que lo lleve a la reflexión.
Para el estudiante, lo ideal es tener una buena disposición, mente abierta para enfrentarse a aspectos culturales y lingüísticos, que se pueden contrastar con los propios; también es importante hacer uso de estrategias de aprendizaje que fomenten el desarrollo de estas de manera más eficaz, y tener una postura participativa en su propio proceso de aprendizaje.